8 de la tarde y ya le había advertido. Quería encontrarlo preparado. Sin esperas, sin retrasos. La misma habitación de hotel, la misma hora, pero él ya estaría dentro. Subió las escaleras sin pasar por recepción, su natural discreción la confundió con una cliente habitual. Llamó a la puerta y la recibió con una sonrisa. Ella no dijo nada, lo empujó sobre la cama y empezó a quitarle la ropa. Cuando él intentó hacer lo mismo, se lo impidió, lo miró de forma altiva, con una sonrisa le pidió silencio, se dejó hacer. Yacía desnudo sobre la cama y ella a horcajadas sobre él, intentó tocarla y empujó bruscamente sus brazos hacia la almohada, “no hagas que te ate” le espetó. Lamió sus labios, su cuello, sus párpados… Fue desabrochándose su camisa, él adivinaba la apertura de cada botón, escuchó la cremallera de su falda, abrió los ojos y vio su ropa interior negra, resaltaba en la blancura de la estancia. Se abalanzó sobre sus labios, jugando con su lengua mientras le rozaba fuerte contra sus bragas. Lamió sus labios, su cuello, sus párpados… y fue deslizándose con la lengua lentamente por su torso. Se paró en los pezones, los lamió, los mordió. Él sintió un placentero dolor y su erección lo hizo más que evidente. Se desató el sostén, se quitó las bragas. Lamió su ombligo, siguió bajando y dio un rodeo por sus ingles, lamió el interior de sus muslos, volvió a las ingles, él se estremecía y apretaba la almohada con sus manos. Rozó levemente su erección con la lengua, y se dirigió a sus testículos, suavemente, bruscamente, los mordió, los chupó, él no cesaba de gemir. Lamió su pene, de arriba abajo, lo metió en su boca, hasta el fondo. Comenzó a succionarlo, cada vez más rápido, más aun… Cuando estaba a punto de estallar paró en seco, subió a su boca, le metió la lengua mientras cogía sus manos y las llevaba a sus pechos, los apretó. Él ya sabía lo que tenía que hacer. Ella le dio la espalda, él se aproximó mientras se frotaba con su cuerpo, le mordió la nuca, comenzó a besarla desde el cuello hasta las piernas, le dio la vuelta bruscamente, ella sonrió. La besó en la boca, en el cuello, chupó sus pezones, los mordisqueó con venganza, ella rió y puso sus manos sobre su cabeza, lo empujó hacia abajo indicándole el siguiente paso. Sus gemidos, los de ella, animaban el vigor de su lengua, la de él. Cuando ella sintió que no podía más le susurró “para, basta, métete dentro, quiero que me folles”. Él obedeció sin reparos, lo estaba deseando. Sus lenguas jugaban, se mordían los labios mientras sus cuerpos se balanceaban en sincronía. Sus gemidos se unieron esta vez, hasta estallar en gritos de placer.
Se levantó, desnuda, encendió un cigarro, abrió la ventana y quedó de pie mirando a través de ella. Él se aproximó, la rodeó con sus brazos. Tras una bocanada de humo le dijo, sí, dame el último abrazo, y se dejó arropar por él. Querrás decir de esta noche, dijo. Ella no respondió nada. Tenía claro que no lo volvería a ver más.