La conocí en una soleada terraza de Malasaña. Lo primero que me llamó la atención fue su sonrisa, de esas que no buscan el agrado de los demás sino el propio; Hanna se quiere y se sonríe para no olvidarlo. Al minuto uno te dabas cuenta de que es auténtica, o como ella mismo diría “verdadera”. Estaba tan emocionada esa tarde que hablaba sin parar dejando al resto de presentes contemplativos ante su divertida dicción, y cantaba entre frases, y reía, más por fuera que por dentro. Nos contó que quiere casarse en Las Vegas vestida de Marilyn, que le importa bien poco lo que los demás hagan mientras a ella la dejen en paz, que no se acuerda de los sitios en los que ha estado a excepción del día que cruzó el charco y como postre, nos enseñó la “elegancia putanesca” del vestido que estrenaría esa noche, emocionada como una niña con sus zapatos nuevos. Reconozco que me quedé con la boca abierta en más de una ocasión, tal muestra de emociones no te podía dejar indiferente. Me hubiera quedado con ella toda la tarde para oírla cantar y sonreír, una y otra vez.
Hanna es una luchadora, las circunstancias de su entorno no se lo han puesto fácil pero ella se aferra a la vida con uñas y dientes, y lo canta... con rabia.