lunes, 3 de octubre de 2011

Se llama Paz


Mujer desenfadada en apariencia y despreocupada en realidad.

Nació en el seno de una buena familia y jamás necesitó trabajar. Igual vestía de etiqueta para eventos de la alta sociedad, que hablaba durante horas con los mendigos del parterre en chanclas y faldones del mercado.

Cuando a sus 42 años la pérdida de puntería al tiro al blanco le hizo visitar al médico nadie imaginaba que la noticia de un tumor cerebral la afrontara de tal manera. Frente al 3 % de supervivencia que le prometía el no hacer nada, tuvo claro que un 5 % de posibilidades si se operaba era motivo suficiente para intentarlo. “Hay más probabilidades, ¿no? pues opérenme”. Paz eligió bien.

Que no necesitara trabajar no impedía que le gustara ejercer de voluntaria. Un día decidió llevarse a un grupo de abuelitas a una revisión ginecológica, y ya que ninguna se atrevía fue ella la que se sometió a la primera revisión para tranquilizar al resto. No se imaginaba que le detectarían un cáncer de matriz. Le indicaron que al extirparle toda la matriz ya no podría tener hijos, y que sólo dejándole una pequeña parte de matriz tendría alguna posibilidad de embarazo, aunque lo desaconsejaban por evitar la reproducción del cáncer. A sus 47 años tuvo claro que le merecía la pena correr ese riesgo, porque algún día se planteaba ser madre. Paz volvió a elegir bien.

Cerca de sus 50 años conoció a un hombre 20 años más joven, y nada más verlo lo tuvo claro y así se lo hizo saber: “eres para mí y me voy a casar contigo”. Así lo hicieron. Cualquiera se imagina a una mujer imponente, tremendamente atractiva, pero en realidad, su apariencia es de lo más normal.

Cuando fue a una clínica de fertilidad dispuesta a quedar embarazada y se encontró con todos los “peros” que un caso como el suyo genera en la comunidad médica, ni las pocas probabilidades de éxito, ni los riesgos que para ella conllevaba le hizo cambiar de opinión. “Sólo tendremos una oportunidad, y un solo embrión para que se implante en tu casi inexistente matriz uterina”, le advirtieron los médicos. Pero Paz dio a luz a una niña preciosa a sus 50 años, y en la primera semana de paseos por el parterre recibió como regalo de todos los mendigos un lote de 24 botellines de agua cuya marca habían visto que solía llevar en el carricoche.

A estas alturas del relato, ¿quién opina que es normal?

Así es Paz.

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